Versión extendida de la columna publicada originalmente en «Temas» de Diario El Centro, de Talca, Chile. Domingo 14 de mayo de 2017.
El diseño es una actividad tan humana como la comunicación o la educación, al punto que muchas personas sin conocimiento formal en el tema se animan sin ninguna vergüenza a aventurarse en la disciplina, despreciando la educación formal que habilita con los conocimientos básicos para adentrase en el quehacer de cada profesión. Es una situación común a las profesiones que trabajan con la subjetividad humana, que por presentársenos tan familiares o cercanas, nos parecen muy accesibles, más aún incorporando una muy baja autocrítica, ya no hay freno a la indiscreción. Es muy propio del ser humano intervenir su entorno, adaptándolo y transformándolo en un resultado que, de acuerdo con su subjetiva percepción, asume como mejorado. El diseño entonces, en cuanto humano, es subjetivo, como también lo ha sido su definición a lo largo de la historia. El viaje ha ido desde centrarse en lo material o tangible hacia lo inmaterial, intangible. Que sea subjetivo no significa que entra en el ámbito del “todo vale”, sino que es muy relevante para su evaluación evidenciar la perspectiva desde la cual se le aprecia.
Haciéndome cargo de la subjetividad de la opinión, asumo el concepto de diseño de Christopher Jones, de la segunda mitad del siglo XX, que lo define como “el inicio de un cambio en las cosas hechas por el hombre”. Esta explicación representa de mejor manera el estado actual de la profesión y nos deja en una situación donde podemos constatar que toda la realidad que nos rodea ha sido diseñada. Construida por el mismo ser humano y para sí mismo, guiado por la intención de lograr los objetivos considerados valiosos en su contexto y circunstancia propia de cada época. Esta realidad, nos acompaña desde nuestro nacimiento y estamos tan habituados a ella que ni siquiera reflexionamos acerca de los espacios de posibilidad que surgen al replantearse la forma de hacer las cosas: la innovación.
Esta actividad ha evolucionado con las personas, en consecuencia, junto a la sociedad en su desarrollo. Es así como de focalizarse en la concepción de productos tangibles como los objetos, ha pasado a ocuparse de productos cada vez más inmateriales, tales como los sistemas producto-servicio, los servicios y las experiencias. Imposible no recordar a Baumann y su concepto de sociedad líquida. Este devenir de la disciplina a la vez que nos muestra un producto resultante diverso según el tipo de sociedad en que fue concebido, también nos muestra que el método de diseño, centrado en la observación de las necesidades del usuario ha trascendido a los cambios. De esta manera, el diseño muestra sus posibilidades en los esfuerzos de construcción de realidad humana, que según los principios éticos de la disciplina, es una realidad mejorada respecto de la situación actual. Es tan simple y tan difícil al mismo tiempo darse cuenta que la solución a los problemas del ser humano surge de la observación de él mismo en su contexto de interacción. Evidencia que fue considerada por la escuela de diseño de la universidad de Stanford y aplicada en el mundo de la gestión mediante la técnica del Design Thinking, que podríamos traducir como “pensamiento de diseño” o “pensamiento proyectual”. La premisa es “si quienes toman las decisiones las toman planteándose los problemas como los diseñadores se las plantean, se logran soluciones más eficientes”. Y el secreto es muy sencillo: observar al usuario, su comportamiento, sus aspiraciones y dificultades, y, como un traje a la medida, proponer una solución que se testea reiteradamente hasta culminar en una solución óptima. El diseño dejó de poner primero al producto y puso primero al usuario, su percepción y en definitiva su experiencia respecto de los productos propuestos como soluciones. Siempre en un trabajo interdisciplinario, que recoge experiencias de muchos campos, tales como el diseño de interface propios de nuestro actual mundo digital. La experiencia de usuario (user experience) da luces sobre cómo debe funcionar un producto-servicio correctamente diseñado.
Es un lugar común compararse con países más desarrollados, pero es inevitable debido a que, como ancianos con más experiencia, han transitado mucho antes que nosotros los problemas que enfrentamos actualmente. Y es duro enfrentarse al hecho de que en esos territorios en promedio el 70% de la riqueza proviene de servicios mayoritariamente intangibles, en los que el diseño juega un papel fundamental.
Este hecho cierto, contrastado con nuestra realidad, la Región del Maule, una de las regiones más pobres de Chile, nos hacen pensar en el derroche y el despilfarro, no del consumo que planteaba Pepe Mujica, sino de los saberes que puede aportar el diseño. Es cierto que estamos muy lejos de la producción industrial del hemisferio norte, pero recordamos también que grandes transnacionales nacieron a inicios del siglo XX como pequeños talleres de producción artesanal.
Hay un campo enorme inexplorado, donde es todo posibilidad. Pero los mismos diseñadores no hemos sido capaces de evidenciar a la sociedad la importancia estratégica de la disciplina, ni siquiera en las mismas instituciones de educación superior donde se imparte la carrera.
Si bien siempre será relevante para todo inicio mantener un espíritu crítico, esto no basta. No se puede proponer una mejor versión del mundo que hemos construido sin una convicción y ánimo de esperanza en que si es posible.