Barcarola: El naufragio del alma ante la ausencia.

“Barcarola” es un poema de Pablo Neruda incluido en su “Residencia en la Tierra II”[1] (1931 – 1935), en el que aborda una temática existencialista en general. El contexto creativo del mismo es de fines del año 1931, ya en Santiago de Chile, escrito por un Neruda retornando a su añorado Chile mediante un viaje transoceánico desde oriente, agobiado por la falta de dinero, perspectivas laborales y desde la cruenta prisión de un matrimonio sin amor.

Esta situación permiten aventurar una interpretación del poema abandonando una lectura existencialista, sin dejarla del todo, y adentrándose en la interpretación desde la frustración del hombre que ha fracasado en el amor, naufraga en su aventura de vivir el viaje de la vida junto a una compañera ideal enfrentándose al vacío lacerante de la ausencia femenina y desde la añoranza desesperanzada de encontrar esta Ariadna ausente que lo librará del extravío en la desazón.

La “Barcarola” era el canto improvisado de los gondoleros venecianos, en consecuencia tiene un origen eminentemente popular. Este canto se hacía navegando, es el canto que acompaña y su vez el canto que anuncia. En el poema, el canto, es un lamento por una situación irresoluta de soledad agobiante que quedará sin ser oído, sin solución posible, y que sumerge a la voz lírica en la desazón.

En la obra el poeta claramente alude a una situación de añoranza desde la soledad, siendo esta una soledad dolorosa y suplicante. Una soledad que se padece con tal intensidad que ya le basta el menor gesto para lograr un alivio. Esa soledad es respecto de alguien que falta, que puede ser una persona o simplemente una soledad existencial. Sin embargo, hay ciertas señales que nos llevan a pensar en una ausencia femenina. Inicia con una súplica:

“SI solamente me tocaras el corazón,
si solamente pusieras tu boca en mi corazón,
tu fina boca, tus dientes,
si pusieras tu lengua como una flecha roja
allí donde mi corazón polvoriento golpea,
si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando,…”

“Si solamente”… un requisito mínimo más que una exigencia que demande un esfuerzo superior, pero que, a pesar de su simpleza de gesto es capaz de proveer de un alivio a la situación de añoranza. Continuando “si solamente pusieras tu boca en mi corazón,…” hace pensar en una ausencia femenina asignándole a la “boca” la connotación de sensualidad femenina mediante el beso. Beso como gesto inicial del amor, puerta de entrada al vínculo emocional con la mujer ausente.

Otro símbolo del amor romántico es la flecha de cupido que atraviesa el corazón de los enamorados pero también adquiere una significación dolorosa con la sangre: “si pusieras tu lengua como una flecha roja…” la flecha en contacto con el corazón es una herida que sangra y la vuelve roja. La lengua como órgano sensible permitiría a la figura ausente conocer “saboreando” el corazón que ha recorrido tantos caminos durante tanto tiempo y se presenta ya como un latido cansado:

“…allí donde mi corazón polvoriento golpea,…” no es un corazón joven ni un corazón impetuoso, sino un “corazón polvoriento”. Polvo acumulado en los difíciles caminos de la vida que en una constante de exploración a veces nos acercan tanto al extravío.

La lengua como flecha va directo al pecho como lugar de residencia del corazón, y a su vez puede dar vida, hacer sonar como un instrumento a este hombre de corazón cansado: “si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando,…” El aliento de vida de origen bíblico, el soplido que saca melodías de un instrumento inerte, en su situación de angustia, las significaciones apuntan a dar vida a un ser que padece de una soledad de amor, susceptible de ser aliviada con el simple toque de su boca, o también, sin siquiera tocarlo, con el soplido de su boca. El signo del mar se presenta por su inmensidad y fuerza omnipotente, como la vida, que se abre en todas sus posibilidades sin senderos demarcados sino como una permanente posibilidad.

“…sonaría con un ruido oscuro, con sonido de ruedas de tren con sueño,
como aguas vacilantes,
como el otoño en hojas,
como sangre,
con un ruido de llamas húmedas quemando el cielo,
sonando como sueños o ramas o lluvias,
o bocinas de puerto triste,…”

Sin embargo este soplido sólo revelaría una profunda desazón, que puede ser nuevamente la soledad existencial o la ausencia que ha dejado una profunda herida revelada a través del soplido y manifestada en el “sonido de ruedas del tren con sueño”, “el otoño en hojas, como sangre…” y definitivamente en “bocinas de puerto triste”. Este corazón entristecido en el abandono se enfrenta al infinito del mar, llorando, liberado de cadenas, libre, arrojado a la soledad absoluta tan omnipresente como este mar que se aprecia desde la orilla, en la vista de la espuma de sus olas, que recuerda lo grande, e inmanejable, de la ausencia de la persona añorada. Su ausencia es tal vez un recuerdo que se aparece “como un fantasma blanco,…”.

Se hace evidente que no podríamos encontrar un atisbo de alegría en la situación:

“Como ausencia extendida, como campana súbita,
el mar reparte el sonido del corazón,
lloviendo, atardeciendo, en una costa sola:
la noche cae sin duda,
y su lúgubre azul de estandarte en naufragio
se puebla de planetas de plata enronquecida.”

Una gran ausencia es esta “ausencia extendida” que llega a ocupar el espacio del mar configurándose como un sonido, tanto hace falta a “una costa sola: la noche cae sin duda,…” ¿de qué serviría un inicio en la costa, como punto de contacto con el mar, punto de partida para adentrarse en él, si es una “costa sola”? Ni siquiera vale la pena iniciar el viaje. No hay viaje posible en soledad, con esta noche que lo cubre todo y el mal presagio de la figura de lo “lúgubre” y del “naufragio”. Esta soledad es oscuridad y es la seguridad de un viaje que termina en fracaso.

Como se sopla una concha de caracol y esta da sonidos, el soplido a través del corazón de quien añora sin respuesta, imposibilitado de ir por esa compañía que se extraña dolorosamente,  sólo permite oír más tristeza y soledad: “Y suena el corazón como un caracol agrio,…”

“Si existieras de pronto, en una costa lúgubre,
rodeada por el día muerto,
frente a una nueva noche,
llena de olas,
y soplaras en mi corazón de miedo frío,
soplaras en la sangre sola de mi corazón,
soplaras en su movimiento de paloma con llamas,
sonarían sus negras sílabas de sangre,
crecerían sus incesantes aguas rojas,
y sonaría, sonaría a sombras,
sonaría como la muerte,
llamaría como un tubo lleno de viento o llanto,
o una botella echando espanto a borbotones.”

El sonido que se rebelaría del soplido sólo mostraría tristeza y desesperanza provocados por esta soledad sin solución.

“Así es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas
y la lluvia entraría por tus ojos abiertos
a preparar el llanto que sordamente encierras,
y las alas negras del mar girarían en torno
de ti, con grandes garras, y graznidos, y vuelos.”

El llanto contenido “que sordamente encierras” y tiene el tamaño de la lluvia y el mar que en el gesto del buitre que circunda la muerte, a este solitario que padece de una soledad agónica si solución posible:

“Quieres ser el fantasma que sople, solitario,
cerca del mar su estéril, triste instrumento?
Si solamente llamaras,
su prolongado son, su maléfico pito,
su orden de olas heridas,
alguien vendría acaso,
alguien vendría,
desde las cimas de las islas, desde el fondo rojo del mar,
alguien vendría, alguien vendría.

El llamado no tendrá respuesta, será el grito de auxilio que quede sin solución, no hay lugar en la tierra, “desde la cima de las islas” ni en el profundo dolor, “…, desde el fondo rojo del mar,…” desde donde pueda venir la persona añorada en respuesta a la suplica, que pueda llenar esta ausencia.

Se repite constantemente la figura del mar en su inmensidad de posibilidades no concretadas, la añoranza de la ausente desde una soledad que se padece y sumerge en la tristeza desesperanzada, tan oscura y profunda que se asemeja a la muerte. Esta soledad que sólo puede ser resuelta por la figura femenina implícita, que se llama desde la desesperanza con la seguridad que no oirá el requerimiento y mucho menos acudirá a resolverlo. “¿Quién vendrá?”. 

La ausencia perturba y hace naufragar el alma. Sin ella, la ausente, se permanece en la fría y desesperanzada soledad del que extraña conciente que su clamor no será ni escuchado, ni mucho menos resuelto.

Referencias

Neruda Pablo. Antología Popular 1972. Bicentenario Chile 2010. Santiago. 2009.

 Staig L., James. Curso Poesía Chilena. Magíster en Enseñanza de las Humanidades Literatura y Artes Visuales. Universidad de Talca. Talca. 2010.


[1] El poema se publica en “Antología Popular” de 1972, ejercicio que realiza el bate renunciando completamente a sus derechos de autor en beneficio de su difusión libre del libro entre la población escolar, sindicatos, fuerzas armadas, etc. Enfrentado a su cáncer avanzado, la conciencia de un país al borde del enfrentamiento y ejerciendo su cargo de embajador en Francia es que hace esta nostálgica y significativa entrega al país que le duele.

La representación como definición de una paradójica identidad hispanoamericana en “Ariel” de José Enrique Rodó.

José Enrique Rodó publica su ensayo “Ariel” en 1900. Recientemente había culminado la Guerra Hispano-americana y nacía el pasado siglo XX. De sus letras se desprende un contexto histórico de búsqueda de identidad latinoamericana y una fuerte crítica a los Estados Unidos como paradigma para las naciones del resto de América, sin embargo, incluso considerando la descripción del espacio físico donde sucede la acción, no es diáfana la frontera temporal del ensayo.

 Ya habían llegado a la amplia sala de estudio, en la que un gusto delicado y severo esmerábase por todas partes en honrar la noble presencia de los libros, fieles compañeros de Próspero. Dominaba en la sala —como numen de su ambiente sereno— un bronce primoroso, que figuraba al ARIEL de La Tempestad.  Junto a este bronce, se sentaba habitualmente el maestro, y por ello le llamaban con el nombre del mago a quien sirve y favorece en el drama el fantástico personaje que había interpretado el escultor (p. 1).

 Podemos contextualizar físicamente un salón, con una decoración austera, donde sobresale la estatua de bronce de  “Ariel”. Sus paredes están cubiertas de libros que necesariamente debieron estar dispuestos en estanterías. El cuadro claramente no es de una humilde escuela de Hispanoamérica. El discurso que le entrega el profesor a sus alumnos es contundente. Siendo un mensaje motivador y de profunda trascendencia para unos jóvenes que culminan su año escolar, éste, va más allá de una frontera temporal. Podría ser el mismo mensaje con efectos similares para jóvenes de nuestros tiempos y para la revisión del actuar de quienes dejaron de serlo. En el apartado III del ensayo se lee:

En nuestros tiempos, la creciente complejidad de nuestra civilización  privaría de toda seriedad al pensamiento de restaurar esa armonía, sólo posible entre los elementos de una graciosa sencillez. Pero dentro de la misma complejidad de nuestra cultura; dentro de la diferenciación progresiva de caracteres, de aptitudes, de méritos, que es la ineludible consecuencia del progreso en el desenvolvimiento social, cabe salvar una razonable participación de todos en ciertas ideas y sentimientos fundamentales que mantengan la unidad y el concierto de la vida, — en ciertos intereses del alma, ante los cuales la dignidad del ser racional no consiente la indiferencia de ninguno de nosotros (p. 8).

Y se suma a fortalecer la validez atemporal del mensaje remitido a los jóvenes terminando su período de educación y enfrentándose al amplio espacio, sin horizonte que lo restrinja, que ofrece la vida a tan temprana edad. De manera que si bien es posible deducir un contexto histórico correspondiente al siglo XX, la fuerza del mensaje lo presenta marcado por la ausencia de temporalidad.

Estas indefiniciones temporales también se descubren en la situación geográfica específica, siendo en su contexto indudable la América hispana, no hay claridad respecto de qué país específicamente es en el que se desarrolla la historia. De esta situación se puede interpretar un mensaje de validez equivalente para todos los países que corresponden a las condiciones citadas. Por el contrario, no es general el destinatario del mensaje del ensayo. El grupo de estudiantes, y las alusiones del texto      corresponden a una elite claramente delimitada y excluyente por definición. Tema que se profundizará más adelante.

Retomando la naturaleza universal del mensaje, encontramos en éste características que lo califican como una obra romántica: el apego por la libertad individual y la valoración de la exaltación del espíritu desarrollándolo en todas sus posibilidades; la valoración de una identidad, que si bien corresponde a una región, es perfectamente aplicable a naciones americanas e hispánicas;  el apego por la reflexión filosófica estética alejada del positivismo utilitarista; la fe desde el aprecio por lo pagano, permite que se asome un romántico anticlericalismo, referido a lo religioso, pero desde sus propios parámetros, en consecuencia, romántico.

Respecto de la libertad individual y las posibilidades del espíritu atribuye al simbolismo de Ariel a la “la parte noble y alada del espíritu” (p. 1). Y propone una misión donde desde las características individuales de cada uno debe generarse una búsqueda personal hacia un ideal de desarrollo que trasciende desde la persona hasta el grupo al cual pertenece. Y en ese punto el autor destaca la participación de la voluntad como motor de la acción citando a Goethe “sólo es digno de la libertad y la vida quien es capaz de conquistarlas  día a día para sí” (p. 2)  Exige la conquista de la libertad mediante la acción permanente del pensamiento y la progresión de las ideas y la impone como un deber de cada generación que transforma en punto de partida la culminación del aporte de la generación anterior. Volviendo al mensaje motivador de Próspero, es también una despedida y un punto de partida, ejerciendo responsablemente como un deber, el derecho a la conquista de la libertad mediante el desarrollo de las ideas. Una aventura de naturaleza definitivamente romántica.

La invitación que hace el maestro a los jóvenes a desarrollar su ser en plenitud como un signo susceptible de ser calificado en la perspectiva de la estética es clarificadora. El deber moral de asumir la educación en su aspecto ideal desdeñando las pretensiones de imponerle una finalidad utilitaria es una acto de rebeldía, muy romántico por lo demás, que impulsa a llevar al ser humano al máximo de sus posibilidades advirtiendo de los peligros de generar sociedades de espíritus estrechos y truncos que no aspiran a un ideal más allá de lo útil. Más adelante en el texto de Rodó encontramos claras alusiones a los Estado Unidos de Norteamérica (EEUU) de esta característica negativa. El acto estético de la moralidad y el “buen gusto” aparecen supeditados a la búsqueda de este ideal en cada persona que como parte de un grupo trasciende además a la sociedad que pertenece. Propone Próspero a la Grecia clásica como referente en la búsqueda de ese ideal. Donde el desarrollo del pensamiento por la búsqueda de actualizar las potencialidades humanas en la progresión de las ideas deriva en consecuencia en el acto estético de la buena vida, como espacio donde floreció el espíritu humano. Sin embargo, el autor acusa a la democracia de facilitar la mediocridad progresiva de la sociedad a través de la instauración del utilitarismo que se da en su regencia; y que ésta,  por centrase  demasiado en dar bienestar material a la masa, restará espacio para la preocupación por los intereses ideales. Le dará amplitud a la civilización pero le restará profundidad. Le impone una tarea a la democracia, que debe acometer una vez obtenida la igualdad para todos,  fomentar y facilitar las “verdaderas superioridades humanas” (p. 16).

Otro aspecto propio del romanticismo que se encuentra en el ensayo de Rodó es un claro rechazo al positivismo como forma de acceder al conocimiento. Propone que sólo se obtendrán espíritus aislados por gélidos desiertos de la educación utilitaria y al mismo tiempo le da un gran valor al tiempo de ocio entendido como el espacio destinado al admirar, pensar y soñar. Reconoce que la actividad económica es condición para obtener este tiempo de ocio, pero jamás puede ser instalada como fin último de la misión de ser un hombre a cabalidad.

El cuestionamiento a la fe institucionalizada en imposiciones eclesiásticas y el aprecio por lo pagano, propio de los románticos, se aprecia en las afirmaciones del autor respecto de la posible unión entre los altos ideales espirituales del mundo helénico con la palabra del naciente cristianismo llevado por San Pablo, maridaje que no se dio, perdiéndose la posibilidad de llevar al ser humano a lo más alto del desarrollo moral.

La armonía  y la serenidad de la concepción pagana de la vida se apartaron cada vez más de la idea nueva que marchaba entonces a la conquista del mundo. Pero para concebir la manera como podría señalarse el perfeccionamiento moral de la humanidad un paso adelante, sería necesario soñar que el ideal cristiano se reconcilia de nuevo con la serena y luminosa alegría de la antigüedad; (p. 13)

Con su planteamiento, el autor, habla a través de su personaje Próspero, plantea que la institucionalidad de la iglesia no se concilió con la visión pagana de la vida, que aportaba con tranquilidad y alegría, a una postura moral religiosa que en este divorcio se hizo sufriente e incompleta. Hay una valorización de la grandeza de los ideales morales alcanzados por los griegos de manera previa a la llegada del cristianismo a sus costas. Y desde acá se desprende un vínculo estético para el actuar del hombre.

Indudablemente, ninguno más seguro entre los resultados de la estética que el que nos enseña a distinguir en la esfera de lo relativo, lo bueno y lo verdadero, de lo hermoso, y a aceptar la posibilidad de una belleza del mal y del error. Pero no se necesita desconocer esta verdad, definitivamente verdadera, para creer en el encadenamiento simpático de todos aquellos altos fines del alma, y considerar a cada uno de ellos como el punto de partida, no único, pero sí más seguro, de donde sea posible dirigirse al encuentro de los otros (p. 13).

De la apreciación estética, producto de la elevación alcanzada en el cultivo de las ideas engrandeciendo el espíritu, pasamos a la distinción claro entre lo bueno y lo malo; que, como se mencionó anteriormente, desde el individuo pasa a su grupo social, construyendo así “una elegancia de la civilización”. De esta manera surge un espíritu social elevando que permite el dominio del pensamiento llevando al grupo completo a niveles superiores de desarrollo humano. 

Por otra parte, la búsqueda de una identidad se desprende de la búsqueda de un ideal de persona en el desarrollo de todo su potencial. Tarea urgente y permanente que renace cada día con la esperanza de materializar esa posibilidad de elevar más allá de lo actual el desarrollo del espíritu humano. Hecho que queda de manifiesto en la metáfora de la novia que ve en cada nueva jornada el día de su matrimonio.

Sin embargo, se descubre una paradoja. Se pone a los jóvenes como depositarios del poder y deber renovador del nuevo espíritu del hombre respecto de su situación anterior. Un llamado estético a realizar la buena vida como un signo que no sólo define una manera de ser sino que a la vez se convierta en un a parámetro que aporte a construir identidad  situación absolutamente motivadora para cualquier espíritu que se precie de romántico. El freno se produce al estar referido a una elite, con clara restricciones en frases tales como las que se citan a continuación.

Tal así, en las evoluciones de la vida, esas encantadoras exterioridades de la naturaleza, que parecen representar, exclusivamente, la dádiva de una caprichosa superfluidad, (…) han desempeñado, entre los elementos de la concurrencia vital, una función realísima; puesto que significando una superioridad de motivos, una razón de preferencia para las atracciones del amor, han hecho prevalecer, dentro de cada especie, a los seres mejor dotados de hermosura sobre los menos ventajosamente dotados (p. 14).

Esta postura evolucionista del autor reitera que el llamado a ideales superiores no es para el ser humano sino para un grupo excluyente que dirige al resto al margen de éstos. Incluso hay claras alusiones al súper hombre de Nietzsche como un distingo entre la masa innoble y los iluminados depositarios de los ideales superiores.

No sólo son elitistas por platearse desde una clase superior y dirigencial sino porque son absolutamente excluyentes de la persona común. Destacando el hecho de que el llamado a lo sublime no es para todos.

Piensa, pues, el maestro, que una alta preocupación por los intereses ideales de la especie es opuesta del todo al espíritu de la democracia. Piensa que la concepción de la vida, en una sociedad donde ese espíritu domine, se ajustará progresivamente a la exclusiva persecución del bienestar material como beneficio propagable al mayor (p. 16).

 Además encontramos variadas referencias a los pueblos germánicos como poseedores de características a imitar olvidándose de las individualidades surgidas dentro de cada nación por el natural devenir de sus propia historia y contexto geográfico. Centra todas las características positivas de un posible creamiento espiritual en una “clase”, obviamente la aristocrática  como baluarte del apego a niveles superiores del ser humano. Imposibilitando a quienes no perteneces a esta casta de alcanzar niveles superiores como seres humanos. Ni siquiera son los anglosajones los llamados a ser paradigmas de la elevación humana. Son los germánicos “arios”. (31) El llamado a la búsqueda de una identidad local, siempre será un llamado contingente para las naciones americanas que surgen de la variedad de transplantados y mezclas con aborígenes, pero no se comprende un llamado excluyente, elitista y con los ojos puestos en “la perseverante genialidad del ario europeo”. Si esta elite aristocrática es la llamada a definir y dirigir la búsqueda de un espíritu superior que aporte a definir una identidad nacional y a la vez muestre la posibilidad espiritual del ser humano como parámetro a seguir por el resto de la nación que no es la elite, a la que se le da la espalda,  y que no corresponde a las características valoradas por este pequeño grupo iluminado, es una oferta contradictoria y en su origen irrealizable. Nadie más que el pueblo “ario germánico” puede realizar mejor los ideales correspondientes a las características que por esencia lo definen. Jamás se definirá una identidad nacional de espaldas a la nación. No pueden guiar a nadie en esta empresa quienes la inician negándose a si mismos.  ¿Hasta dónde podría llegar el Ariel mutilado de sus alas?

Menos fe en la nobleza de cuna y más fe en la nobleza de espíritu. Los espíritus libres y plenamente románticos harán al ser humano más humano y eso no pasa por calificar almas que restrinjan la universalidad de este llamado. Si así fuera, por excluyente, pierde su valor estético y se torna en un gesto más de la deshumanización del “progreso” espiritual. El desprecio por la democracia en sus consecuencias masivas también aporta a la incongruencia de este llamado, por ser un llamado carente de fe en el ser humano. Si sólo una elite puede alcanzar ideales superiores entonces esa condición de elevación no es común al ser humano sino que se presentan como una serie de casos puntuales. La fe en ser humano como un ente poseedor potencial de elevación  espiritual es contraria a las exclusiones y calificaciones de seres superiores e inferiores.

En defensa del autor se puede observar que este no alcanzó a predecir el devenir de estas ideas en las medianías del siglo XX.

Referencias

 Rodó José Enrique (1900) Ariel. Ensayo.

http://www.andes.missouri.edu/andes/Especiales/RMB_Ariel1.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Enrique_Rod%C3%B3

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La libertad: una motivación romántica

Algunos elementos de identidad nacional que pueden entreverse a medida que avanza la lectura son las características definitorias del pueblo, poco halagadoras por cierto, que lo diferencian de “unos cuantos gringos herejes” (Echeverría, 1838) a los que se hace mención por sus costumbres cercanas a los “unitarios”.

Al pueblo lo describe como una plebe integrada por hambrientas “negras achuradoras”  y jóvenes diestros en el manejo de cuchillos. En términos actuales serían una especie de lumpen, que forman una masa voluble y manejable por los federales. A la vez, son sometidos a las costumbres católicas y controlados por el estómago en su predilección por la dieta carnívora que cubre también las partes más increíbles de las reses. Les atribuye todas las características que los hacen despreciables como parte de los federales: “-Sí, la fuerza y la violencia bestial. Ésas son vuestras armas, infames ¿El lobo, el tigre, la pantera, también son fuertes como vosotros! Deberíais andar como ellos, en cuatro patas” (Echeverría, 1838).

Por el contrario, el joven unitario, posee cualidades de valentía, arrogancia y desprecio por la dominación que lo hacen un ser superior a las bajezas propias del pueblo clasificado duramente por el autor. Inevitablemente dos grupos descritos de manera tan opuestas no pueden sino, enfrentarse. Responden a las posturas del dictador argentino Rosas, absolutista y clerical, junto a sus vasallos federales que representan el control de conciencia y la opresión contra los unitarios que defienden su libertad y a la patria descentralizada. Las características positivas de juventud, “de gallarda y bien puesta persona” (Echeverría, 1938) y su indignación frente a quienes tratan de apresarlo lo ponen como signo de la patria que se defiende furiosa e incontrolable, y a la vez conciente de su vocación de libertad en oposición a una chusma pusilánime y servil. Esta extrema tensión sólo podría desembocar en un enfrentamiento a muerte. Doris Sommer cita a Juan Bautista Alberdi para clarificar la “glorificación” que existía en América Latina respecto de los triunfos militares como objeto supremo de ambición, más que el bienestar material o el comercio (Sommer, Ficciones Fundacionales, 32).

En “Convalescencia o el Alto” llueve incesantemente provocando una inundación que deja al pueblo aislado y sufriendo de hambre sin poder acceder a su alimento principal que era la carne de vacuno. Esto genera un alto nivel de exaltación provocado por el hambre que sólo tiene luces de mitigarse cuando al decimosexto día por gracia del “Restaurador”, como se autodenominaba el dictador, quien firma un decreto que permite la llegada de cincuenta animales al matadero. En este contexto los matarifes y la plebe se abalanzan sobre las bestias para degollarlas y faenarlas con la desesperación urgente del hambriento provocando charcos de sangre entremezclados con barro y vísceras, preciados alimentos de la chusma expectante. Todo este macabro y sangriento escenario es el símbolo que usa el autor para referirse a la situación provocada por la dictadura de Rosas en su patria. Es aquí donde se encuentran elementos que permiten calificar de romántico el relato de Echeverría: la lucha contra la tiranía, la opresión política y de conciencia impuesta por la iglesia asociada a los federales. En definitiva un desprecio contra cualquier forma de tiranía, expresados en la lucha contra el “Restaurador” opresor y el anticlericalismo para oponerse a la pretensión de controlar la conciencia de la patria. Es aquí también donde se aprecia claramente la motivación política del autor.

El arma más poderosa contra cualquier fuerza impuesta siempre será la conciencia, desde la cual, producto de la convicción, surge la fuerza vital para oponerse desde la más absoluta indignación a cualquier antinatural intento de subyugación. El fin por el cual cualquier sacrificio se presenta como un precio justo es cuidar, bajo todos los medios disponibles, el bien supremo de la libertad, convicción que en sí misma genera pasión y fuerza. En esta perspectiva el tono del ensayo, para tratar el romanticismo del relato, en concordancia con la corriente literaria, debe ser exaltado, evidenciando la coherencia formal entre idea y materialidad de la obra.

Volviendo sobre el elemento característico del romanticismo, el rechazo a la tiranía, la clara lucha del joven unitario contra cualquier forma de opresión que pretenda coartar una libertad que se asume como natural e inherente al ser humano nos permiten calificarlo como un romántico, que sacrifica su vida por la patria. Por el contexto histórico centrado en Europa, este marcado desprecio a cualquier forma de dominación se vuelca contra la monarquía o el poder controlador de conciencias que surge desde el interior de la institucionalidad de la Iglesia Católica. Pero en el contexto americano y específicamente argentino del relato, la figura de la dominación infame queda personificada en la tiranía de Rosas con toda su motivación vil de sacrificar a muchos para beneficios de unos pocos tan presente en Latinoamérica. Esta injusticia infame se presenta más condenable aún cuando se constata que el enfrentamiento entre las dos cosmovisiones siempre se dio en la más absoluta desigualdad en que sólo la determinación, convicción y apego total a la libertad de los románticos fue su bastión para enfrentar una fuerza muy superior pero merecedora de su más profundo desprecio.

Un atentado mayor aún, por sus características dogmáticas y su ataque directo a lo más íntimo del ser humano, su propia conciencia, viene dado desde la institucionalidad de la  Iglesia Católica, desde sus dimensiones más conservadoras eleva voces que pretenden dar fundamento y soporte moral a la situación de injusta opresión que se ejerce sobre el pueblo al que debieran iluminar y proteger. Que use Matasiete la herramienta del cuchillo para cumplir su macabro objetivo conlleva una consonancia entre herramienta y ejecución. Al contrastar esta situación con el uso del dogma de la Iglesia Católica, para perpetuar injusticia, desigualdad y abuso en absoluta ventaja de fuerza y condiciones nos muestra aún más vil la relación entre el instrumento y la acción. Este argumento podría llevar al más fiel católico a comprender la firme postura anticlerical de los románticos.

Por otra parte el autor, a través del personaje del joven unitario, no se identifica con el pueblo, sino, por el contrario, lo desprecia por ser una masa inconsciente y llana a aceptar y favorecer las situaciones políticas de opresión. Queda en evidencia que el toro que escapa del matadero con tal fuerza indomable que llega a provocar el degüello del niño por las cuerdas que pretendían someter a la bestia, es la personificación del joven que muere reventado de indignación y rabia antes de verse sometido y abusado en tan injusta situación. Ambos se perciben como signos de la indignación y rechazo visceral a la tiranía del “Restaurador” a la vez que podría aventurar una metáfora con la misma patria que muere sacrificada por la opresión de una oligarquía dominante y la inconciencia de una plebe sumisa y servil. La vinculación política del romanticismo la vemos claramente en Henríquez Ureña (1949):

El romanticismo fue en Europa la literatura de la rebelión: rebelión contra la opresión política y a favor de la libertad, ya fuese que estuviera personificada en Marco Botzaris o en Toussaint Louverture; en ocasiones también, rebelión contra la sociedad misma (p. 131).

Referencias

 Echeverría, E. (1871). El Matadero. Revista Río de la Plata. Buenos Aires

Henríquez Ureña, P. (1949). Las corrientes literarias en América hispánica. Capítulo V. Romanticismo y Anarquía. 1830 – 1860. Fondo de Cultura Económica. México.

Sommer, D. (2004). Ficciones Fundacionales. Novelas Nacionales de América Latina. Fondo de Cultura Económica. México.